Aceptar la herencia

Percibo una curiosa y sorprendente situación anímica en las cooperativas, o mejor dicho entre los cooperativistas, por una parte nadie duda, o muy pocos, de que seamos los afortunados poseedores de una herencia cultural e ideológica única en el mundo. Hemos heredado un patrimonio envidiable que nos permite disfrutar de un modelo empresarial basado en la democracia y en la autogestión y ello nos produce la agradable satisfacción de ser singulares: no existe otro grupo empresarial con nuestro nivel de competitividad y presencia en el mercado en el cual no haya un solo capitalista en su estructura.

ACEPTAR LA HERENCIA

Hace algunos años llegó un extraño paquete al correo de Johannesburgo (Sudáfrica) procedente de Inglaterra. El cartero explicó al destinatario, Ted Beckman, que había sido despachado «a portes debidos» y que tenía que pagar 3.25 libras a lo que se negó. El paquete fue almacenado y cumplido el plazo se procedió a su subasta, fue adjudicado junto con otros envíos similares a un comerciante de Durbán.
La sorpresa que llevó este hombre fue mayúscula. Al desatar el paquete resultó que contenía un lote de joyas valorada en unos cincuenta mil libras esterlinas. Una lacónica nota aclaraba que loenviaba Mary Beckman, la hermana mayor de Ted, como parte de la herencia recibida de su madre.

Se buscó al heredero pero éste acababa de morir en una habitación miserable de una miserable pensión, El parte policial mencionaba que se habían encontrado en sus bolsillos dieciséis libras. Su compañero de cuarto explicó que en el momento de ir al correo disponía de, al menos, diez veces más.

ABRIR EL PAQUETE

Demasiadas veces hemos recibido paquetes ideológicos con preciosas envolturas que nos han hecho soñar con tesoros inmensos. Envíos que prometían paraísos y que no costaban nada más que abrirlos en familia. Paquetes que contenían ideas perniciosas, bombas de relojería cultural envueltos en celofán. Nazis, fascios o liberalismos; dictaduras de uno u otro signo que ofrecían un mundo perfecto con solo aceptar la sumisión incondicional.

No había tesoros sino alacranes, no se abrían ventanas que dejaran entrar la brisa de la libertad sino los gases envenenados de la anulación de las voluntades.
Pero hay cartas abiertas que nos llegan, no con promesas sino con propuestas de futuro. Mensajes que nos enseñan a no esperar de los otros la solución de nuestros problemas, que nos advierten de la necedad de depositar en los poderosos los sueños de futuro. Paquetes que descubren el tesoro de la propia dignidad humana, de la importancia de la autonomía y de la autoestima.

El verdadero tesoro es la vida misma siempre que consideremos que la mayor equivocación es la de preferir la mera existencia a una existencia plena, intensa, moral y constructora de humanidad. Es decir una vida feliz.
Recibir una herencia es un acto importante y serio. Podemos rechazarla o podemos apropiárnosla.

Gengis Kan, conscientemente, no legó riquezas a sus hijos sino ejércitos para que las conquistaran; Cristo dejó su palabra de paz y amor a sus seguidores, Gandhi envolvió su legado pacifismo combativo con un embalaje austero y atado con el cordel de ayunos. De Arizmendiarrieta hemos recibido una herencia que descubre el tesoro del trabajo, de la solidaridad, de la cooperación y de la autonomía responsable que necesita de la participación madura y libre de todos.

Podemos dejar que el paquete sea subastado cuando acabe el periodo de vigencia burocrática o podemos invertir en construir una sociedad más rica y menos egoísta.

El precio que se nos exige para tener acceso al tesoro, es sencillo. Primero, sentarnos y soñar, ver con la imaginación, no lo que somos, sino lo que quisiéramos ser. Luego escribir esos sueños para convertirlos en metas. Será una forma de definir lo que queremos hacer con ese tesoro. Segundo, trabajar para convertir en realidad, lo que hemos sido capaces de imaginar.

¿Seremos tan tontos que nos neguemos a pagar el precio necesario para tener derecho al tesoro abierto ante nuestros ojos?

¿Podemos no comprender que el trabajo y el esfuerzo que hay en definir y fijar nuestras metas, es insignificante en comparación a la recompensa a que nos da acceso?

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