La muerte de la empresa

Ante la situación de nuestra Fagor, creo de interés aportar un diferente enfoque. Seguramente no podremos hablar en adelante de Fagor como ejemplo viviente de un «milagro empresarial». Pero sí de todo lo que ha aportado. Ha sido el origen y expresión de lo mejor que he conocido en el mundo empresarial: las cooperativas. Afortunadamente ha dejado un legado importante.

Y creo que en estos duros momentos es necesaria una reflexión sobre la vida y la muerte de las empresas. Porque si aceptamos que viven, también tendremos que aceptar, -aunque cueste más-, que mueren, bien por transformación radical, por desaparición o por venta a otros propietarios.

Reflexionemos sobre la muerte empresarial. Aunque sea duro, sabemos que las empresas mueren, aunque algunas longevas hay. El 50% de las que nacen mueren antes de 3 años. Entre los emprendizajes innovadores, esa mortalidad alcanza el 80%. Las que duran, tienen una esperanza de vida de 41 años. Fagor ha llegado a 57 años. Y con un legado extraordinario. Ni tan mal por ese lado.

Cuando se produce la muerte de las empresas se destruye algo. Casi siempre afecta al personal trabajador, que pierde lo fundamental: su medio de vida. Algunos propietarios lo pierden todo, la mayoría mucho, aunque suelen poner a salvo parte; algunos incluso se enriquecen con su desaparición. Los efectos de esas desapariciones perduran (véase Margen Izquierda) porque hay algo más que puestos y propiedades. Para lo bueno y lo malo. En el caso de Fagor, mucho legado positivo perdurará por mucho tiempo.

Muchos olvidan frecuentemente que las empresas son sistema vivos. Porque son, todas ellas, conjuntos de personas que son las que les dan vida. La mayoría, que están basadas en el capital, son descritas y explicadas por casi todos los expertos como sistemas más o menos mecánicos -en donde hay personas porque no hay más remedio-, pretendiendo que funcionan y viven con arreglo a leyes conocidas. Toda la enseñanza empresarial se ha esforzado en descubrir y perfeccionar esas leyes. Desde ese enfoque se pretende que las empresas, si funcionan mal, siempre se pueden reconducir. Pues a veces, ocurre que no.

Las empresas se suelen organizar en base al poder que tienen unos pocos, los propietarios, y dirigidas obsesivamente hacia resultados económicos exclusivamente. Pero son entes vivientes, provistos de vida biológica con leyes más biológicas que físicas.

Todo los demás componentes son circunstanciales: herramientas, recursos materiales, que son importantes, sí, pero que no explican el motor interno, que se lo dan las personas. Lo que ocurre es que la vida de las empresas tiene mucha fuerza, y aguanta muchos cambios, pero cuando pierde impulso, ninguna maniobra técnica se lo devuelve. Y cuando un ente viviente, por las razones que sean, enferma y pierde ese impulso vital, se muere.

Los elementos de la empresa como ser vivo, son las personas concretas, cada una de ellas, y sus conjuntos, tanto los equipos como toda la plantilla. Y además de las personas están sus relaciones, con todas sus emociones presentes. Y, como consecuencia, también las emociones conjuntas, que podríamos describir como emociones sociales de la empresa.

Los sistemas sociales son algo más que la suma de elementos aislados, cierto. Algunos hablan de sinergias estratégicas, quedándose cortos, y otros de culturas, valores. Yo quiero insistir en las emociones grupales por su importancia. Hay empresas tristes, otras resignadas, hay empresas alegres y cándidas, las hay luminosas, incluso cegadoras, las hay «goxuas», cálidas, y las hay aguerridas, ambiciosas. Como nosotros.

Todos estos calificativos son ignorados por los expertos, pero las personas los conocemos bien.
Las personas son la clave. Muchos autores se remiten al liderazgo de unas pocas para simplificar, pero olvidan la importancia de todas ellas.

Pero, sobre todo, es preciso señalar que las personas, son personas concretas. No son la media, muchas veces repetida. Y menos son las que deberían ser (¿deberían, según quién?) Sino que cada persona es ella.

Cuando decimos que las personas son el activo más importante de una empresa, tendremos que aceptar todas las consecuencias: las personas no son intercambiables al 100%; pueden variar su conducta; no son controlables del todo, afortunadamente; su respuesta es variable según las circunstancias; son… ellas mismas. También los directivos y empresarios son personas concretas. No las que deberían ser sino las que son.

Cierto que el contexto influye en las conductas. Sabemos que las culturas modulan la formación del ser y los comportamientos. Sabemos que las personas evolucionan, que son razonables. Pero también sabemos que su dignidad está ligada a su autonomía y libertad. La empresa selecciona personas, las forma, las promociona y arropa. Pero siempre a personas concretas. Para lo bueno y lo malo.

De entre todas las declaraciones que hemos oído en las últimas semanas, una particularmente acertada fue la que dijo: «todos somos responsables de lo ocurrido». Efectivamente. Las sociedades de personas lo saben.

Y siguiendo con las personas: otro factor que no es posible olvidar es la sociedad, de donde extraemos las personas de la empresa. Si la sociedad en la que está inmersa la empresa es: una sociedad joven, con ganas de vivir, la empresa tendrá más probabilidades de vivir. Si la sociedad es: funcionarizada; autocomplaciente; la empresa tendrá serias dificultades. Las empresas de capitales lo tienen que tener en cuenta, pero las sociedades de personas, las cooperativas todavía más.

No es fácil construir empresas fuertes en sociedades débiles. Y si las sociedades priman el individualismo como cultura, las empresas orientadas a las personas, lo tienen más difícil.
A propósito, no hay autonomía social de un territorio sin empresas, sin «nuestras empresas». Y las perdemos cuando se mueren. Y entre las muertes incluimos, como lo hacía un estudio sobre longevidad de empresas, las producidas por las absorciones, o ventas a multinacionales, o ventas a otras manos, o reestructuraciones brutales, producidas por las razones que fueran, porque en todos esos casos, el proyecto empresarial cambia, muere aunque, a veces para dar paso a otro. En consecuencia, es preciso vigilar esos cambios, porque para tener autonomía como territorio, necesitamos tener nuestras empresas.

Y la realidad es que estamos asistiendo, últimamente, a un verdadero rosario de muertes para nuestro territorio: Gamesa, Euskaltel, Guascor, Corrugados, Ibermática, Bellota, etc; aunque sean diferente cada caso. Hay a mis ojos una verdadera plaga mortal. Y nadie dice nada. No hay alarma social y debería haberla, porque el problema es grave y de difícil solución. Para conservar la vida social, del territorio, tendremos que cuidar mucho más este aspecto.
Pero la aceptación de la realidad de las muertes, me lleva a destacar también lo positivo, lo aprendido, todo lo que nos dejan las empresas cuando mueren, sus legados. Que suelen ser mucho más abundantes de lo que parece.
Para mi modesto entender el más importante legado de Fagor es éste: fagor ha demostrado que es posible construir realidades empresariales eficaces de primer orden, con organización de personas bajo premisas democráticas.
Pero además nos hizo conscientes, conjuntamente con el todo el grupo Mondragón de:
-La importancia de todas las personas por igual, y la importancia de la formación.
-La necesidad de formar comunidades de empresas y sistemas conjuntos para asegurar su vida cooperando con otras.
-La prevalencia de las personas, del trabajo, de su trabajo sobre el capital.
-El similar respeto a los mercados que deben tener las empresas que no son de capitales.
-Los «anticipos» como denominación realista de los salarios. Son anticipos de resultados empresariales.
-La importancia de la solidaridad entre las personas.
-La importancia de las horquillas limitadoras de rentas entre personas.
-La importancia de las horquillas entre diferentes empresas, poniendo límites a los niveles de retribución.
-La necesaria flexibilidad ante los mercados: los calendarios flexibles.
-La importancia de la información y transparencia: sesiones informativas frecuentes.
-La generosidad para que nacieran muchas otras cooperativas.
-La eficacia, probada empresarialmente, de la democracia: una persona un voto.
-La validez y supremacía de la autogestión.
Y tantas y tantas…
Lo impactante de las personas y su dignidad individual es que todos moriremos, afortunadamente, añado. Y que todas pueden, mientras vivan, hacer algo para los que quedan.
Lo que es necesario resaltar, hoy, es que las empresas, por grandes y fuertes que sean, pueden morir, pero perduran en todos nosotros. Fagor, una gran demostración de una empresa viviente.

Lunes, 30 de Diciembre de 2013
Tribuna Abierta

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