Cualquier fortaleza, llevada a su extremo, puede convertirse en debilidad. El coraje es una virtud fabulosa, pero si lo llevamos al extremo podemos caer en la temeridad. La paciencia se puede convertir en indolencia, la lealtad en dependencia y la sinceridad en ofensa. Esa es la naturaleza de las paradojas: conceptos aparentemente lejanos o contradictorios que esconden una misma naturaleza. En nuestra realidad cooperativa podemos identificar varias e interesantes paradojas que inducen a la reflexión.
<b>Igualitarismo/justicia.</b>
Nuestro modelo cooperativo se sustenta sobre la base de la soberanía del trabajo, sobre el principio de “una persona, un voto”. Independientemente del tiempo que lleve cada socio, de su puesto o del capital que tenga, todos tenemos el mismo voto en la asamblea y todos somos propietarios por igual. Es una característica que hace único a nuestro modelo y lo convierte en referente mundial en democracia económica. Esta base igualitaria, tan rica, tan humana y tan excepcional, tiene sin embargo el riesgo de viciar la dinámica organizativa si se entiende de forma equivocada, maximalista. Así, si el manto igualitarista se sobredimensiona y se extiende a todos los ámbitos, pervierte la bondad del principio y choca con la justicia, con la equidad. Si lo justo es tratar a cada uno como se merece o en función de lo que aporta, el igualitarismo puede llegar a ser muy injusto y muy desmotivador. Podemos caer en el “no pasa nada”, en la sensación de que no se valora el trabajo bien hecho ni se penaliza el bajo desempeño, en la aceptación de todo tipo de actitudes. En definitiva, en la ley de la mediocridad y en la difuminación de responsabilidades. ¿Cómo hacemos para que nadie se esconda en la cómoda mediocridad? ¿Cómo valoramos el trabajo excepcional? ¿Cómo salvaguardamos la equidad en un entorno igualitarista?
<b>Libertad/responsabilidad.</b>
La libertad individual, concepto malvendido en la sociedad actual y convertido torticeramente en objeto de culto, puede desembocar en actitudes irresponsables. La pertinencia de limitar la libertad individual es algo que no suena bien hoy en día, cuando los mensajes van más en la línea de “haz lo que quieras” o “que nadie te ponga límites”. Esta corriente se cuela también en nuestras cooperativas, azuzada en ocasiones por la interpretación sesgada de principios como el de la centralidad de la persona, la autogestión, etc. Pero no cabe duda de que la libertad personal ha de conjugarse no sólo con la responsabilidad individual sino también con la corresponsabilidad colectiva o el respeto por los demás. Desde el momento en que acepto ser socio, ejerciendo mi libertad individual, estoy aceptando el respeto a unas reglas de juego. Me comprometo a respetar el trabajo de mis compañeros y a corresponder con esfuerzo y calidad, a pensar en lo mejor para todos y no únicamente en lo mejor para mí o para mi grupo.¿Estamos dispuestos a condicionar nuestra libertad a las necesidades colectivas? ¿Asumimos nuestras obligaciones además de nuestros derechos? ¿Entendemos que cooperar significa ser generoso y pensar en clave de grupo?
<b>Cambio/estabilidad.</b>
La vida es cambio. Un movimiento sin retroceso posible que no se puede detener y al que no se puede sobrevivir sin adaptarse. Basta recorrer mentalmente los más de 50 años de Experiencia Cooperativa para constatar este hecho. Pero esta misma mirada también nos enseña otra cosa: el cambio no es absoluto, ni parte de una página en blanco, en cada cambio se mantienen unas señas de identidad estables. Estos rasgos identitarios son nuestras raíces y resultan tan necesarias como necesaria es la adaptación al entorno global. Si no valoramos nuestras raíces, el primer vendaval nos barrerá del mapa. ¿Tenemos claras nuestras raíces fundamentales? ¿Conociéndolas, nos atrevemos a cambiar todo lo necesario para sobrevivir y progresar?
<b>Seguridad/acomodación.</b>
La seguridad laboral es un bien muy escaso actualmente y tremendamente valorado por nuestra sociedad. La seguridad y estabilidad que ofrece la condición societaria es notablemente mayor que la que tiene un trabajador por cuenta ajena, pero la otra cara de la moneda, obvia, es el peligro de la acomodación, de asumir la creencia de que esto es para toda la vida y que, haga lo que haga, “ya me darán” un puesto de trabajo. Esta idea es una absoluta perversión de la condición societaria. La figura de socio cooperativista aúna la propiedad y el trabajo, lo empresarial y lo laboral. El socio es responsable de lo que sucede a su cooperativa pues es suya. Conceptualmente, el cooperativista está en el otro extremo del funcionario acomodado: implica responsabilidad, proactividad, protagonismo. La creencia del “ya me darán, es mi derecho” puede hacer mucho daño. Si todos pensáramos así, ¿quién “nos daría”? ¿a quién reclamaríamos “nuestro
derecho”?
<b>Consenso/lentitud, parálisis.</b>
Tratar de llegar a decisiones consensuadas supone tiempo, pero es un bien consustancial a lo cooperativo. Se puede discutir que la toma de decisiones se vuelve mucho más lenta, pero es posible que el tiempo que se dedica a involucrar a las personas en las decisiones revierta en una ejecución más rápida, por lo que cabría preguntarse si la lentitud inicial no se ve compensada por un menor tiempo de ejecución. Aún así, no conviene caer en el asamblearismo y olvidar que el tiempo es una variable crucial: si una buena decisión llega tarde, ya no es tan buena. ¿Qué decisiones han de ser consensuadas y cuáles no? ¿Quiénes tienen que participar en la toma de decisiones y quiénes no es necesario que estén? ¿Qué plazo exige la decisión, cuál es la línea temporal que no se puede rebasar?
<b>Cercanía/permisividad.</b>
La cercanía propia de una cultura igualitarista es una virtud que posibilita relaciones más horizontales y una comunicación más directa y espontánea. La capacidad de escucha e influencia mutua entre personas de distinta posición jerárquica aumenta y la confianza se ve fortalecida. Las relaciones son más de igual a igual y se recurre menos a formalismos. Todo este paisaje es coherente con un modelo que se basa en la cooperación, en la participación, en el trabajo en equipo y en la persona. Pero también conocemos algunas derivadas tóxicas, cuando la cercanía lleva a confundir funciones y el liderazgo se diluye al entremezclarse con el compañerismo. Cuando el que tiene la responsabilidad de exigir y marcar límites abandona ese papel se abren paso la permisividad, el desalineamiento ya la falta de rigor. Un liderazgo de este tipo, dimitido de su responsabilidad, va perdiendo gradualmente legitimidad y autoridad. Y el equipo, a la larga, termina recriminándole esa falta de carácter y de no asunción de su rol. ¿Tenemos claro que el líder, aún siendo cercano, no debe mimetizarse con
sus colaboradores? ¿Son las personas conscientes de que nuestro sistema, para que funcione, necesita líderes que exijan, saquen de su zona de confort a los colaboradores y sean rigurosos en la valoración de cada uno?
Continuaremos con esta reflexión a través de la paradoja en el próximo artículo. Esperamos que os haya aportado valor.
Laburbilduz… bizitzan bezala, gure Esperientzia Kooperatiboan askotariko paradoxak bizi ditugu. Denok bazkide eta kooperatibista izateak ahaleginak ez baloratzera eraman gaitzake, injustiziara. Erantzunkizuna eskatzea askatasuna mugatzea dela sentitu genezake. Aldaketa etengabean gure sustraiak galtzeko arriskua dago. Hurbiltasunak lidergo gabe utzi gaitzake. Paradoxak berezkoak ditugu eta komeni zaigu buruz
hausnartu eta hausnarketa horiek geure baitan hartzea.
Fuente: Tu Lankide, Diciembre 2012
www.tulankide.com