Rescate moral y ético

A medida que descubrimos los efectos de la “crisis” en la que vivimos tomamos conciencia del significado de la austeridad necesaria para impulsar el relanzamiento: el recorte de los derechos sociales.

Para sanear los déficits presupuestarios se desmantelan los servicios públicos, se mercantilizan y se privatiza su gestión. Para salir de la crisis se preconizan las viejas recetas keynesianas del relanzamiento del consumo y la inversión que nos devolverán el crecimiento.

No sabíamos que debíamos liberarnos del lastre social para volver a ser competitivos. Hemos tenido que renunciar no solo lo que era superfluo sino también lo necesario, los derechos básicos de la salud y la enseñanza.

La crisis no era un accidente indeseado, sino la implantación del modelo ultra liberal frente a la sociedad del bienestar y hoy nos adentramos  en una sociedad de  mayor desigualdad e injusticia crecientes en la que se acelera el proceso de  concentración de la riqueza y del dinero cada vez en menos manos.

La meta de la felicidad  para todos, prometida por la sociedad de consumo no es posible.
Descubrimos que la supuesta salida de la crisis sólo es posible desde la pauperización económica de la mayoría, la pauperización social de los ciudadanos y provoca la pauperización ética de las personas.

El éxito personal supondría el fracaso de los demás y la supuesta salida de la crisis requiere la renuncia de los  derechos básicos de amplias capas de la comunidad.

Arizmendiarrieta nos llama a la acción y el compromiso social de modo inequívoco: “Estamos en buen camino y resueltos a no detenernos en ninguna meta mientras la libertad y la justicia puedan precisar nuestra colaboración”
Frente a la globalización financiera  y la pauperización D. José María defiende una toma de posición real y comprometida.

“Maldita la gracia que hace esa libertad y esa intangibilidad y esas garantías de papel a aquellas masas a las que se ha arrebatado la fe y a quienes se les niega lo más indispensable para poder comer, vestirse o atender a su familia” decía Don José María y también: “Las desigualdades económicas que hoy gozan del amparo de los privilegios y exclusivismo de las oportunidades de cultura y educación son las que condenan a la humanidad a la subsistencia de castas cerradas y clases antagónicas, sin perspectivas de solidaridad y hermandad común”

Paradigma del cooperativismo

Ciertamente la cooperativa siempre nace como una respuesta a una necesidad concreta en una comunidad local. Las cooperativas nacen para aportar una mejora de condiciones de vida de unas personas. Es su razón de ser.

Don José María nunca dudó en buscar referencias en cualquier parte del mundo. Es bueno recordarlo hoy que vivimos en una sociedad abierta, en un mundo globalizado. No lo podemos olvidar. Nuestro reto es desarrollar los valores cooperativos en un marco multicultural y multinacional conviviendo con socios que provienen de culturas y formas de pensar distintas  a las nuestras, abiertos a nuevas culturas y formas de cooperación, abiertos a otras experiencias de autogestión y distintas formas de hacer realidad los valores cooperativos.

La concreción de los valores cooperativos  no se puede limitar a la búsqueda de satisfacer nuestras necesidades materiales, ya que el compromiso que nos plantea Arizmendiarrieta apela a lo mejor que reside en cada uno de nosotros en la búsqueda de un mundo más justo y solidario.
Hablando del compromiso social decía D. José María que “la cooperación es una auténtica integración del hombre en el proceso económico y social, que configure un nuevo orden social; los cooperativistas deben concurrir hacia este objetivo final a una con todos los que tienen hambre y sed de justicia en el mundo de trabajo”
El paradigma de las cooperativas que D. José María propugnó tienen gran vigencia en los días de crisis e incertidumbre que vivimos: “Las cooperativas no deben ser mundos cerrados, sino centros de irradiación social: no vivimos en un mundo conquistado, sino en campo de batalla por la justicia social y orden humano y justo”

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