Los obreros más esperanzados con el ideal de trabajo comunitario que predicaba el coadjutor de Mondragón decidieron, con su respaldo, crear una empresa capaz de trasladar los principios evangélicos de justicia social e igualdad al mundo del trabajo, dadas las reticencias de las empresas locales tradicionales a reformar su organización y reparto de poderes. Más de cien trabajadores se unieron a la idea, que fue puesta en marcha por sus discípulos más queridos. Por debajo de la iniciativa, por encima de ella, por todos los lados, un ánimo común: convertir el trabajo en cauce de evangelización cristiana.
Él participó en todos los episodios de la nueva aventura empresarial, pero siempre impersonalizado, invisible. Subrayó por entonces, en carta en la que daba noticia de la iniciativa, cómo la nueva empresa, de nombre Ulgor, había sido una iniciativa de » un grupo de jóvenes que son muy buenos cristianos, y hasta le diré que verdaderos apóstoles». Pero no eran apóstoles al azar, su valía humana, sus dotes naturales, sus conocimientos habían sido educados, alimentados y orientados por él. Así había logrado culminar el mandato que Pío CI había hecho en su famosa encílica Quadragesimo Anno y que había reclamado, insistentemente, su mentor Aldabalde: crear una elite de apóstoles obreros.
Y todo ello con un fin, el mismo que orientaria el abrazo del modelo societario cooeprativo que alumbraría desde 1955 y 1959, la tetralogía fundacional de la experiencia Mondragón (Escuela Politécnica, Ulgor, Cooperativa San José, Caja Laboral):evangelizar el mundo del trabajo.
