Parece fuera de toda duda que la ayuda será concedida bajo el principio de «solidaridad a cambio de disciplina», esto es, con una serie de condiciones, públicas o privadas, a cumplir por las autoridades políticas y, de facto, por toda la ciudadanía. Termina así el proceso iniciado en el año 2008 por el que se negó, primero, la existencia de una crisis en la economía española, para disimularla posteriormente, minusvalorarla más tarde y terminar aceptándola en su dimensión real… aunque no sin achacar parte de su gravedad a especuladores o intereses políticos de algunos líderes europeos.
Termina así otro proceso iniciado muchos años antes, en el que la entrada de fondos públicos europeos previos a la moneda única y de fondos privados de inversores de todo el mundo, después, ha terminado con un sonoro fracaso económico, del que la quiebra de importantes cajas de ahorros y la virtual suspensión de pagos de importantes comunidades autónomas son, junto con las cifras espectaculares de desempleo, algunas de sus manifestaciones más evidentes.
Fracaso que es, en primer lugar, el fracaso del conjunto de la clase dirigente española, de sus principales partidos políticos pero también de sus representantes empresariales y sindicales, corresponsables cuando menos de la gestión de importantes entidades financieras públicas, que se han destacado por una gestión muy desacertada y, en ocasiones, incluso deshonesta. En este contexto cabe preguntarse también por el acierto o desacierto en la gestión de la crisis por parte de los responsables europeos, pero es éste un debate que, para nosotros, tiene un componente casi exclusivamente académico, ya que, en la práctica, poca capacidad de influir tenemos.
Quizás por ello consideramos más interesante y práctico reflexionar sobre lo que «podemos hacer nosotros», en lugar de debatir sobre lo que «deberían hacer ellos».
Se trataría de responder, así, ante el problema como es habitual en las cooperativas, esto es, de forma proactiva y con un protagonismo responsable en lugar de hacerlo de forma pasiva, bien sea con una actitud resignada o indignada.
Contamos, por otra parte, con una situación económica en la CAV comparativamente mejor, que se manifiesta tanto en los indicadores de desempleo como de déficit y endeudamiento público, con datos repetidamente publicados en estas páginas, pero que no pueden evitar una situación también preocupante.
Surge, en este marco, el concepto de «modelo vasco de salida de la crisis» formulación que se presta a diferentes interpretaciones y que, inicialmente, generó algunos comentarios burlones. Y es que, efectivamente, la realidad de los intercambios comerciales de la CAV y su situación geográfica difícilmente permite fantasear sobre modelos socioeconómicos propios de países en vías de desarrollo. Ni nuestra integración en el Estado español permitiría unas políticas macroeconómicas que sustituyeran «la austeridad y el ajuste» por «el gasto y el disfrute» como herramientas de salida de la crisis.
Pero, sin embargo, el concepto tiene la virtualidad de centrar la reflexión en medidas posibles de implementar de forma autónoma, que nos permitan aprovechar en mayor medida nuestra singularidad cultural para salir mejor de la situación actual.
Algunos antropólogos comparan la cultura vasca con un cuenco que da forma a los líquidos que en él se vierten. No se trataría, por tanto, de destacar por inventos exóticos, sino por buscar aplicaciones originales de fórmulas que han dado resultados positivos en otros lugares.
En ese sentido, la realidad cooperativa es un ejemplo de fórmula original capaz de competir en un mercado empresarial globalizado y despiadado con los más ineficientes, cualquiera que sea la categoría moral de los mismos.
Análogamente, se podría profundizar en otras realidades internacionales (europeas o no) para inspirarnos en otras medidas útiles para los momentos actuales.
Y por dar alguna referencia, destaquemos la máxima calificación de Alemania debido a una «economía altamente diversificada y competitiva, que refleja años de reestructuración empresarial, prudentes políticas fiscales, moderación salarial y altas tasas de ahorro».O las bajas tasa de paro de Dinamarca, compatibles con los salarios más altos de Europa, el éxito del sistema educativo finés o el salto de Corea del Sur, que ha pasado en 60 años de un nivel de vida similar al marroquí a ser uno de los países punteros tecnológicamente en el mundo.
Aprendamos, por tanto, de las «buenas prácticas» de otros. Y, entre ellas, destaquemos la cooperación, presente (y no casualmente) en todos los países citados, bien como valor cultural, bien como práctica empresarial impulsada desde la legislación vigente.
Una primera propuesta sería, por tanto, profundizar en todas las fórmulas posibles de cooperación, estudiando especialmente aquellas puestas en marcha en las empresas de los países que están teniendo un mayor éxito económico y pasándolas por el tamiz de nuestra rica experiencia cooperativa, de forma que alumbremos nuevos modelos empresariales mediante una legislación que los impulse y nos sirva de palanca para el relanzamiento económico.
Con la convicción, basada en la experiencia, de que compartiendo la responsabilidad y la autoridad, los sacrificios actuales y los beneficios futuros, seremos capaces de «inventar» empresas no solo más competitivas sino también más justas y con unas mejores perspectivas de desarrollo sostenible en el futuro.
Juan Manuel Sinde
www.deia.com
Domingo, 30 de Septiembre de 2012