Aunque unas pocas significativas, como Crédit Agricole en Francia y Rabobank en Holanda, son suficientemente grandes como para competir en los mercados de capitales a nivel mundial, en la mayoría de los casos se trata de pequeñas o medianas entidades, pero que compiten con éxito en el negocio bancario tradicional en mercados locales.
¿Cuáles pueden ser las razones de este éxito, tratándose de entidades que, en general, carecen de un prestigio especial y de una dimensión destacada, en un contexto de lucha por la supervivencia de muchos bancos y cajas en todo el mundo occidental?
Hace ya varias décadas que un estudio empírico realizado en la Universidad de Harvard (PIMS) concluía que la rentabilidad de las empresas no tiene relación con la dimensión de las mismas sino con su cuota de mercado y con el puesto en el ranking de los mercados en que actúa.
Pero, ¿cuál sería el mercado «natural» de las entidades financieras? La prestigiosa consultora McKinsey identificó más de 100 negocios diferentes en el llamado «negocio bancario». Entre ellos, se puede afirmar que algunos, como los relacionados con los mercados de capitales y divisas tienen una dimensión planetaria. Pero otros, más tradicionales, están más ligados a mercados locales, en los que la proximidad física, la confianza del cliente, la calidad de servicio y el valor emocional de la marca son variables clave para explicar tanto la rentabilidad de las entidades como la satisfacción de sus clientes.
El mismo estudio de Harvard antes citado concluía que la «calidad percibida» por los clientes es la variable que tiene una mayor relación con la rentabilidad de las empresas. Y esa calidad percibida, en Banca, depende, a su vez, de factores poco relacionados con la dimensión: cercanía de las oficinas, amabilidad y profesionalidad de los empleados de las sucursales y transparencia y respeto de las condiciones acordadas con los clientes por los mismos.
La calidad tiene, por tanto, más que ver con la cultura y ética empresarial de las entidades y con la calidad humana y profesional de sus empleados que con la dimensión internacional de sus operaciones.
Por otro lado, el mito del Too big to fail (Demasiado grande para quebrar) se hizo añicos con la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y las entidades muy grandes son ahora objeto de preocupación especial por parte de las autoridades de todos los Estados occidentales.
Es cierto, con todo, que se dan también bastante ejemplos de situaciones difíciles en cajas de ahorros, entidades que tienen en su ADN la vocación de servicio a los clientes y de cooperación con las comunidades en las que nacieron.
Pero en la mayoría de estos casos los problemas se han debido precisamente a postergar ese sentido original y desarrollar negocios sin tener conocimientos suficientes de los nuevos sectores económicos en los que invertían, ni capacidad para gestionar adecuadamente los riesgos, a veces de carácter especulativo, en que incurrían.
El conocido adagio de que «El éxito conduce a la altanería y la altanería es la antesala del fracaso», podría aplicarse, probablemente, a instituciones financieras de todo tipo, tamaño o nacionalidad y también a cajas de ahorros y cooperativas de crédito.
Pero, «sensu contrario», la fidelidad a una misión fundacional de servicio a la comunidad, la humildad para abordar solo los negocios, mercados y segmentos de clientes en los que se puede ofrecer una calidad de servicio diferencial, y un funcionamiento ético en la relación con los clientes se están revelando de nuevo como las claves del éxito a largo plazo para entidades financieras de todo tipo.
Especialmente en un contexto en el que se está revalorizando el negocio bancario tradicional, que realiza préstamos a familias y empresas en función de los depósitos que capta y no invierte en negocios que no conoce, por deslumbrantes que sean sus resultados a corto plazo.
Y en esa actividad, la cooperación con los clientes y con la comunidad será lo que dé sentido a la supervivencia de las entidades (y, quizás, a la cooperación entre las mismas) en una coyuntura internacional en la que tendrán un mayor riesgo de desaparecer aquellas que solo sean relevantes para sus accionistas, que posiblemente encuentren en algún momento más rentable su venta que sus dividendos a corto plazo, máxime en los difíciles tiempos que nos van a tocar vivir.