¿Cooperación o confrontación?

LA novedad económica más importante en el año 2010 ha sido, probablemente, la necesidad de «rescate», primero de Grecia y luego de Irlanda, con la posible extensión a Portugal e incluso España (opción no descartada en el momento de escribir estas líneas).

Ello ha puesto de manifiesto para los ciudadanos europeos una desagradable realidad, solo contemplada en el terreno teórico: los estados tienen un límite en su capacidad de gasto y en su capacidad de endeudamiento. Consecuentemente, no podrán seguir haciendo frente a las exigencias y necesidades crecientes de sus ciudadanos, por justificadas que éstas sean.

También ha hecho añicos una ilusión, basada en la teoría keynesiana formulada muchos años antes de la globalización de los mercados, y ciertamente agradable de oír: de la crisis salimos gastando más. La realidad es que estados como España, que apostó por esa cómoda vía para superar las dificultades, se han encontrado con que éstas, lejos de disminuir, han crecido hasta poner en peligro la capacidad de los gobiernos de gestionar autónomamente la situación.

En efecto, en el caso español, en tan solo dos años el sector público pasó de un equilibrio de ingresos y gastos en el 2007 a unos gastos que, en el 2009, duplicaban los ingresos, lo que hizo saltar la alarma de inversores y líderes políticos extranjeros.

La realidad es que, sea por convicción propia, sea por la intervención de otros líderes europeos, sea por miedo al comportamiento de los agentes económicos en los mercados de capitales, el Gobierno español ha cambiado radicalmente su política económica, orientándola a la reducción del déficit público, el saneamiento del sector financiero y la reforma del sistema de pensiones.

Además de la preocupación por la necesaria mejora en la eficiencia de los funcionarios públicos (en España le cuestan a cada ciudadano 500€ más que en Alemania y, por otra parte, es el grupo de trabajadores más sindicado en todo el mundo occidental) está claro que las prestaciones sociales futuras dependerán de los ingresos que ciudadanos y empresas hagan a las arcas públicas (y, en última instancia, de la competitividad de dichas empresas).

Es fácil aventurar que habrá tensiones entre los trabajadores de los servicios públicos y los gobernantes, así como entre éstos y los distintos grupos sociales que inevitablemente vean reducidas sus prestaciones. Esta situación, común por otro lado en todos los países europeos, está siendo abordada de manera diferente. Frente a la confrontación social de países como Francia o Inglaterra destaca la situación de Alemania en donde las tensiones se han negociado entre los agentes sociales y no han llegado a la calle.

¿Es casualidad que el país con los sueldos más altos de Europa haya sido el primero en salir de la crisis y esté teniendo los crecimientos del PIB más altos de Occidente? No deja de ser curioso que en la visita de Merkel a Zapatero, además de seis ministros, se hizo acompañar por los líderes de los principales sindicatos alemanes, dando así un ejemplo de cooperación en abordar los problemas surgidos de la actual crisis económica.

«Las necesidades unen, las ideas separan» era una frase querida por Arizmendiarrieta para recalcar que la cooperación para resolver los problemas comunes debía de realizarse sin prejuicios ideológicos. Cooperación que, por otro lado, se ha revelado muy eficaz a nivel de empresa, como nuevamente se ha comprobado en la notable mejora de los resultados de las empresas cooperativas vascas.

La participación en la gestión, en los resultados y en la propiedad por parte de los trabajadores, pilares sobre los que se asientan la cooperación, los sacrificios y la corresponsabilidad de los mismos a nivel de empresa han sido cultivados en Alemania desde hace ya varias décadas. ¿Está llegando el momento de darle, siquiera en nuestro pequeño país, un impulso definitivo desde los poderes públicos? Podemos discutir la intensidad y los modelos, pero la necesidad parece fuera de toda duda.

¿Y no sería también un ejercicio de innovación social buscar cómo se aplicarían esos principios a nivel de la realidad social, a fin de sustituir la confrontación por la cooperación en busca del bien común? ¿Podríamos aprender algo de otros países más eficaces y prósperos? Quizás merezca la pena reflexionar en estas cuestiones a fin de abrir nuevas vías de progreso y justicia social entre nosotros.

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