Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, para muchos la democracia económica no ha sido sino una desgraciada perspectiva de la democracia de Marx y, mediante ese “estigma”, se ha rechazado directamente en todo debate o análisis.
Así como la democracia política expresa la igualdad del estatus jurídico-político de la ciudadanía, la democracia económica quiere expresar la igualdad económica de la ciudadanía. Dicho de otra manera, eliminar las tremendas diferencias entre la riqueza y la pobreza, y repartir la riqueza en la sociedad para conseguir un bienestar más amplio.
En 1844, un grupo de seguidores de Robert Owen –conocido como The Rochdale Pioneers– creó una moderna sociedad cooperativa en el condado de Lancashire. La idea utópica era crear una nueva estructura democrática en un municipio de 25.000 habitantes. Mediante aquella estructura micro-democrática pretendían gobernar las funciones económicas y librarse de la opresión que sufrían. Ahora también, los de Owenstowne persiguen algo similar.
Al cabo de unos años, en 1897, en la misma línea, Sidney y Beatrice Webb publicaron un libro de título Industrial Democracy, dando paso a un punto de vista diferente sobre la democracia económica. Para los Webb, la democracia económica no era sino la democracia en la propiedad, organización y gestión del trabajo en los lugares de trabajo.
Esa democracia industrial se ha asentado de distintas maneras: en Alemania mediante la consulta institucionalizada entre direcciones y sindicatos, el movimiento anglosajón ESOP, movimiento cooperativo, empresas solidarias y nuevos movimientos ciudadanos empresariales, etc.
En nuestro entrono, cien años después de la iniciativa de los pioneros de Rochdale, J. Mª Arizmendiarrieta llegó a Arrasate, y en la línea de aquella utopía fraguó la Experiencia Mondragón.
Eran los tiempos de la revolución industrial, pero 150 años después también nos encontramos ante la misma paradoja: por un lado, la democracia política ha avanzado, si bien la propia democracia política en muchos lugares está sufriendo “las amenazas de los mercados financieros”, pero por otro, la democracia económica está retrocediendo. En épocas de crisis las diferencias económicas y los niveles sociales sumergidos en la pobreza suelen aumentar. Al parecer, la actual crisis económica mundial no es sino el resultado de una maquinaria por la desigualdad que está debilitando los cimientos de la sociedad. Como muestra, The Economist, en el ejemplar de 29 de octubre de 2011, mostró los datos de los ingresos de las familias de Estados Unidos, tras impuestos, entre 1979 y 2007, y la OECD publicó el informe en 2011.
Parece que la brecha entre ricos y pobres es terrible y que sigue creciendo. La renta de las familias estadounidenses que más ganan creció un 275% entre 1979 y 2007, y la de quienes ganan menos tan solo un 18%. Además, según la OECD, la diferencia entre ricos y pobres se colocó en sus niveles más altos en 2008.
Las crisis financieras no son cosa nueva. Recordar que la crisis de Europa en 1559 fue financiera, y que se toma como muestra del evidente fracaso y decadencia del Imperio de los Habsburgo –incluidas Castilla y Aragón–. Y las crisis periódicas han sido propias del mundo del sistema capitalista que entonces se estaba creando.
En esta sociedad capitalista, el lugar de trabajo –fábrica– para crear riqueza social se ha convertido en el soporte y entidad principal. El trabajo se realiza en fábricas y oficinas, y ahí está deviniendo necesario implementar la democracia. El modelo cooperativo altera la función de la empresa y asume la democracia en su gobierno, desarrollando una economía social inserta en la comunidad y creando contradicciones en cuanto a la economía solidaria. Está elaborando el germen de otra economía más directa, democrática y sostenible. Así, los miembros de una comunidad económica –trabajadores y trabajadoras– reconstruyen una micro-democracia, y mediante el trabajo en común se crean múltiples micro-democracias.
Mediante muchas democracias de primer nivel, partiendo de la sociedad civil, la macro-democracia política se acelera, y se planta cara a los poderes ideológicos y económicos principales de hoy en día.