Arizmendiarrieta fue un hombre de Dios, “siempre y en todo sacerdote”. Demostró capacidad en el seminario y puso toda su voluntad a la tarea sacerdotal. “Lo último que dejaré en mi vida es ser sacerdote”. Se da en su persona una estrecha correlación entre vida espiritual y actividades emprendidas. Trascendencia e inmanencia. La profunda fe le lleva a orientar su trabajo y las realizaciones le inducen a matizar y profundizar en la fe, todo ello socializando su pensamiento y compartiéndolo con sus colaboradores. Insistía en la necesidad de la acción: “hacer pensando y pensar haciendo”; “todo pensamiento que no se traduce en palabra no es pensamiento válido y toda palabra que no se traduce en acción no es palabra válida”.
No son entendibles las obras, en este caso, la Experiencia Cooperativa de Mondragón, sin conocer los orígenes. Sería como analizar una planta por los frutos sin tener en cuenta su sabia. El ambiente familiar, el sentimiento cristiano y la fe son origen y motor de su vida. Son sus raíces.
Es conocido que ya está en Roma su causa de santidad. Con el proceso de canonización se trata de que la Iglesia reconozca las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, en grado heroico, que concurrieron en la vida de Arizmendiarrieta. Cumplió hasta la extenuación con su objetivo vital de“colaborar con Dios en la tarea de la creación”. Estamos convencidos de la necesidad de referentes de ejemplaridad en estos tiempos de crisis y desorientación.
Su principal característica fue ser precursor y visionario que centró su apostolado en la evangelización social, a favor de las clases más necesitadas, mediante transformaciones estructurales que propician la igualdad de oportunidades. Contaba con la centralidad de la persona en las organizaciones sociales. Trabajó intensamente en la formación favoreciendo el acceso indiscriminado a la educación y modificando la escala de valores imperante. La comunidad adquiriere rango preferente y las necesidades personales se van resolviendo en el seno de la misma. Generó una verdadera revolución educativa que se adelanta en décadas al resto de la sociedad.
La fe en la persona, su centralidad y el espíritu comunitario, inducen a creaciones empresariales y transformaciones sociales espectaculares. Mediante la educación y la cooperación se abordan futuros sustentados en la justicia y en la solidaridad. Arizmendiarrieta intuye procesos, comparte ideas, orienta y anima realizaciones ambiciosas. No tiene otra referencia que los postulados de su fe, los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y el magisterio de pensadores del humanismo cristiano.
En la actualidad tanto las doctrinas liberales como las concepciones socialistas, no son capaces de saciar las necesidades de una población formada e informada que reclama participación. Los excesos del capitalismo financiero, actuando sin fronteras, reclaman no sólo una autoridad mundial y una regulación más adecuada sino también recuperar la ética en las relaciones económicas y un mayor protagonismo de las personas en las mismas.
Es la hora del humanismo. La iglesia, defensora y adelantada de las concepciones humanistas, sin que estas sean patrimonio exclusivo suyo, tiene mucho que aportar a la nueva concepción de la sociedad.
Arizmendiarrieta que puso en práctica un humanismo comunitario, capaz de trasformar el mundo de la empresa, es un verdadero precursor de las transformaciones sociales de la actual sociedad. Sus pensamientos y principios tienen hoy mayor vigencia, si cabe, que en el momento que las expuso. El micro espacio de aplicación de entonces puede hoy extenderse al conjunto de la sociedad. Arizmendiarrieta representa hoy un reto para los cristianos. Su centenario y el avance del proceso de canonización nos interpelan y ponen ante el siguiente dilema, ¿nos limitamos a añorar el pasado o, por el contrario, nos enfrentan a nuestra responsabilidad de aprender de los principios y encarar los retos del futuro? “Mirar atrás es ofender a Dios”, fue la frase que pronunció Arizmendiarrieta a un personaje que encaraba la transición democrática. También podemos aplicarla entre nosotros si nos limitamos a evocar el pasado.
En minoría, con humildad, fieles a los principios, abiertos a las personas de buena voluntad y con esperanza, debemos afrontar los retos de la sociedad actual y futura trabajando en solidaridad y cooperación para conseguir un mundo más humano y sostenible.
El reciente llamamiento del Papa Francisco a la evangelización con la Evangelii Gaudium es un punto de arranque de un nuevo modo de actuar en la Iglesia.
La solidez de los sentimientos cristianos debe traducirse en participación activa en procesos de transformación de la sociedad.
El centenario que celebraremos a lo largo del año 2015 y el proceso de canonización de Arizmendiarrieta adquieren así su pleno significado en la medida que sean una interpelación y un reto para nuestras conciencias.