CUÁL es la aportación específica de José María Arizmendiarrieta y Madariaga a la gran obra de ingeniería cooperativa de Mondragón? La de contribuir a conformar la «condición subjetiva» de los profesionales que la iniciaron y lideraron sus primeras etapas. Max Weber dio carta de naturaleza científica a la idea de las correlaciones causales entre la motivación espiritual en la acción y el modo institucional de organizar socialmente la economía, al investigar las condiciones en que surgió el capitalismo. El mismo Marx ya había proclamado -incluso desde su materialismo- que sin el pensador que diese con la idea de revolucionar el mundo no llegaría la transformación que proponía. Y mucho antes se había anunciado en Judea que el bien y el mal no derivan de lo que entra por la boca, sino del comportamiento que brota del interior del corazón y de la mente. Arizmendiarrieta buscó y encontró profesionales competentes y generosos, de mente despierta y gran corazón, que asumieron el compromiso de (re)inventar algo que me gusta definir como la experiencia de un «comunal industrial moderno».
En la condición subjetiva se han distinguido tradicionalmente la dimensión referida al conocimiento y al saber hacer, de un lado, y la referida al comportamiento ético y moral, del otro. Reconocen la influencia de Arizmendiarrieta, especialmente en este segundo aspecto, quienes en 1956 dieron nombre a Ulgor, acrónimo hecho de la primera letra de los apellidos Usatorre, Larrañaga, Gorroñogoitia, Ormaetxea y Ortubay. De ello ha dejado constancia escrita J. M. Ormaetxea en 2008 en el prólogo a una selección de «reflexiones espirituales» del propio Arizmendiarrieta, concluyendo que «nadie puede dudar que se hallan, en la hondura de este modo de pensar, los fundamentos de su apostolado y de la obra educativa y empresarial que […] creó e impulsó».
Si la condición subjetiva ha sido tan importante para el éxito de las sucesivas experiencias cooperativas de Mondragón, habrá que colegir que también tendrá relevancia para explicar los fracasos, como el acaecido en Fagor, fruto precisamente del desarrollo de aquel primer Ulgor, expuesto hoy al doloroso trance del concurso de acreedores.
Al abordar lo ocurrido en Fagor, algunos se han referido a las carencias en el liderazgo y en el saber hacer empresarial de sus ejecutivos. Otros han puesto sus ojos en el conjunto de los cooperativistas o en la calidad/coste de la fabricación local. El universo ético de las actitudes, valores, convicciones y creencias que condicionan el comportamiento es, sin duda, menos asible que el mapa de competencias y destrezas técnicas para organizar y ejecutar procesos. Pero ambos son igualmente decisivos para el acierto deliberativo y decisorio en cada etapa de cualquier proceso complejo. En el debate público actual sobre Fagor, sin embargo, los primeros -aquellos que fueron el foco de Arizmendiarrieta- son mucho menos recordados. Y considero que merecen especial atención.
Analistas de la evolución del capital social y de la cultura espiritual de nuestra sociedad (Xabier Barandiaran, Igor Ortega, p. e.) vienen insistiendo en la pérdida creciente de valores de responsabilidad y compromiso comunitarios. Arizmendiarrieta descubrió y potenció los valores humanos inherentes a la acción cooperativa, contribuyendo a su enriquecimiento teórico y práctico. En su aportación cabe distinguir -aunque imposible separar si nos atenemos a su persona- el modo de comprender su propia realidad personal y de situarse en el mundo, de un lado, y la fundamentación creyente del mismo, del otro. Arizmendiarrieta puede ser identificado como persona con un alto grado de conciencia de su «religación» y de su «responsabilidad» personal. Esta conciencia de persona «religada» incluye de forma natural (naturalmente cultural y culturalmente natural) su realidad «social» e «histórica», interpelando a la «responsabilidad» ante sí mismo y ante los demás. Para Arizmendiarrieta y los pioneros de la obra empresarial cooperativa de Mondragón esa su conciencia «religada» y «autorresponsable» adquiría expresión cabal en la fe cristiana: todas las personas son igualmente hijos o hijas de Dios y amando a los hermanos es como se practica esa fe.
Para pertenecer a la comunidad cooperativista no es necesario compartir ni una misma fe, ni filosofía o ideología, que fundamente su pertenencia. Lo que, sin embargo, debe subrayarse es que el proyecto cooperativo de Mondragón no será fiel a la inspiración genuina de sus mentores, si los cooperativistas no perseveran en la cultura de la religación solidaria y autorresponsable, huyendo lo más posible de la tentación de reducir su forma de organización a una herramienta corporativa para sindicar egoísmos y eludir responsabilidades delegándolas en profesionales de la gestión. Allá donde los derechos se proclaman antes que los deberes, la solidaridad es más instrumental que transformacional.
Si en las instituciones críticas para el desarrollo socio-económico hubiese abundado la competencia ética de los profesionales que lideraron el primer desarrollo del cooperativismo, no se hubiesen dado tantos y tan graves engaños -incluidos los autoengaños- y desengaños como los que se van sucediendo en esta ya larga coyuntura de crisis. Para consolidar las muchas experiencias cooperativas positivas y para sanar las que han enfermado será necesario, además de reforzar la competencia técnica necesaria, regenerar la condición subjetiva más profunda de cada persona implicada.
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Por Pako Garmendia, * Catedrático emérito de la Universidad de Deusto – Martes, 3 de Diciembre de 2013