Talento y talante

Decía Arizmendiarrieta que, a la hora de elegir a un directivo, la principal característica que había que exigirle era la generosidad. Siendo un hombre que estimaba el conocimiento y la ciencia, sobre todo confiaba en una virtud: la generosidad. Las competencias técnicas y sociales poco valen si quien las ejerce no tiene capacidad de sentir por los demás, si no está dispuesto a trabajar por los demás.

La persona generosa no atiende a la mezquindad ni actúa para ensalzarse a sí misma. Por contra, procura un reparto equitativo de los beneficios, e intenta comprender los puntos de vista de los demás.

A veces se ha solido comparar generosidad y caridad, pero en la práctica son diferentes. La caridad consiste en dar a los más pobres lo que a uno le sobra (aunque el dar signifique un esfuerzo).

Pero la generosidad, al contrario que la caridad, no es dar limosna, es dar un pastel a quien no tiene qué comer. La generosidad crea valor social; quiere decir que el pastel lo hacemos entre todos y lo repartimos entre todos. Margaret Thacher ponía un ejemplo: el del hombre que vio a unos delincuentes en la calle robar, apalear y desnudar a un peregrino y acudió en su ayuda; aquel hombre pudo ayudar al otro porque primeramente él se había enriquecido, eso es lo que decía Thacher. Con eso quería decir que el rico primeramente lo que tenía que hacer era cuidar su capital, y aumentarlo lo más posible, para luego poder ayudar a los pobres.

Cuando el sistema empuja al individuo a acumular capital de una manera egoísta, y cuando se dice que es bueno repartir esa acumulación entre quienes él mismo ha perjudicado, entonces estamos hablando de caridad. En cambio, si queremos construir un modelo socio-empresarial que busque el provecho y el beneficio de la comunidad, entonces sí, la virtud que necesitamos es la generosidad.

Dijo Thacher: “El problema es el estado y el mercado la solución”. Que cada cual gane todo lo que pueda, y en ese proceso de acumular riqueza no pensar en los demás; y cuando acumula más de lo que se necesita, que reparta entre los pobres que no son tan astutos como él una parte de lo que antes les ha quitado.

Necesitamos personas preparadas para cambiar la sociedad; pero si primero no transformamos la sociedad, esa gente preparada será engullida por los valores egoístas. Si no actúas por el cambio, tú mismo cambiarás. Ese es el dilema que se nos plantea actualmente, y que exige un doble esfuerzo: preparar a quienes vayan a dirigir y a quienes vayan a ser dirigidos, tanto técnicamente como socialmente.

El talento es importante, pero más importante es el talante.

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