Ser y tener

La crisis económica mundial nos enfrenta a una realidad que los analistas aseguran ahora, era inevitable. Curiosamente estos mismos analistas desoían las voces de la gente no especialista que no comprendía tanto beneficio para especuladores, políticos corruptos y gente “lista” que se beneficiaban de ….. humo. Existe un capitalismo productivo como el alemán y un capitalismo especulador que tiene su mejor ejemplo en el sur europeo.

Lo trágico es que parece como si el modelo especulativo se imponga al productivo en los mercados financieros y en las empresas multinacionales. O, al menos, parece que el especulador dinamita los logros de los productivos, de los creadores de valor.

Los destructores se imponen sobre los constructores.

Llaman burbuja inmobiliaria, burbuja financiera, etc a lo que es, en términos mucho más claros, un cáncer en el cuerpo económico llamado especulación.

Cáncer es, en términos médicos, el efecto del crecimiento desaforado de unas células sin tener en cuenta la armonía que hace posible la vida en un cuerpo necesariamente interrelacionado.
A las células cancerosas no les importa la vida global: son suicidas. Como la especulación.

El triunfo de los suicidas es un logro perverso y, por tanto, falso. No es sostenible

Pero lo que a nosotros nos interesa ahora es seguir navegando nuestro propio rumbo en este
agitado mar, sin perder nunca el sentido de nuestro proyecto. Porque apostamos por la vida actual y futura. Y aunque sabemos que nuestro protagonismo tiene fecha de caducidad, aunque sepamos que vamos a desaparecer del escenario, nos importan los que van a venir tras nosotros, queremos dejarles en herencia una empresa vital, productiva y sostenible.

Nuestro proyecto es más grande que nosotros mismos y eso siempre se agradece. Los individuos morimos pero los pueblos permanecen, la humanidad sigue. El orgullo de pertenencia a algo
superior (nadie siente orgullo por lo insignificante o por lo malo) nos hace mejores porque aumenta nuestra autoestima.

Queremos realizarnos alcanzando resultados positivos, creando riqueza en todas las áreas de
la vida. Y compartir las riquezas generadas. Ser grandes realizadores de buenas cosas. Queremos realizar obras y realizarnos a través de las obras que realizamos. En tiempos de abundancia y en tiempos de penuria.

Se puede tener sin especular. Se puede ser sin tener que llegar a la miseria o a la extrema austeridad del anacoreta que se esconden del mundo. El mejor proyecto de vida es ser y tener.

Tener porque producimos y producir cosas buenas para ser mejores de lo que somos. Lo que es indudable es que debemos renunciar a toda codicia y denunciar y perseguir a los codiciosos.

Es la elegancia de triunfar con buenos proyectos, con comportamientos constructivos y humanos la que nos gusta en el deporte, en la sociedad y en la vida. Alcanzar la riqueza contenida,
Poseer en la medida que nos haga más humanos y felices. Por ejemplo una vivienda con los adelantos que hagan la vida más cómoda, la limpieza más fácil, los goces espirituales y sociales más cualitativos como poder escuchar música, comunicarse con el mundo etc. No menoscaban la humanidad del que las habita sino que la potencia. Lo malo es comprar casas no para habitarlas sino para especular con una necesidad perentoria de otros.

Una buena obra, como es una vivienda digna, se prostituye si se usa para apresar a clientes
cautivos y exprimirles hasta el desahucio. La culpa no es únicamente de individuos depravados sino de un sistema equivocado, de una cultura perversa que eleva el interés personal a virtud social y la codicia a una profesión honorable.

O cambiamos nuestra manera de evaluar los valores morales o seguiremos provocando periódicamente crisis humanitarias, dolorosas y trágicas para la humanidad. A un alcohólico no podemos permitirle que conduzca el bus escolar; a un drogadicto no debemos colocarlo como celador de una escuela. ¿podemos admitir que los especuladores administren nuestros ahorros?

La insolencia de los especuladores (léase banqueros, financieros, hordas lobistas, etc) no tiene límites. Su obscenidad es de tal magnitud que no tiene parangón a no ser que se remonte en la historia a la desvergüenza de los sátrapas de la antigüedad.

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